martes, 20 de septiembre de 2016

El pacto






- Da gusto. En este colegio (y esto es mérito de todos) hemos conseguido un clima y un nivel de convivencia envidiable.  Podría decirse que nos llevamos como una auténtica familia.


A doña Patro, la directora, le gustaba repetirlo, como una letanía, a la menor ocasión: en las cenas de navidad, la fiesta del patrono, las comidas de homenaje...

Y era cierto.  Como una auténtica familia.  Que no faltaba ni una sola de esas pullas envenenadas que se dan en las familias.  Ni una sola mala cara. Ni una putada disimulada. No faltaba nada de nada.

En este ambiente fraternal nunca hizo falta esa cosa ordinaria y desconfiada del votar.  Las cosas se hacía como decía doña Patro y ya está.

Como una auténtica familia, ya te digo.  Que no faltaba ni siquiera el eterno protestón y descontento.

Lo que hoy os traigo a cuento, sin embargo, empezó cuando la misma doña Patro eligió como nuevo profesor de Música a don Heliodoro, fiada, ya ves tú, de que su condición de canónigo de la Colegiata venía a ser una garantía de buenas costumbres, docilidad y armoniosa convivencia.

Pero salió rana el curita y la intención.  Que don Heliodoro resultó ser de ese tipo de gente tan común por estas tierras, de buey morugo que embiste a ciegas y muerde con la boca cerrada.

Siempre tenía algo que decir y las juntas comenzaron a durar más de los doce minutos de costumbre.

Y cuando los del Ministerio salieron con la extravagante ocurrencia de que los cargos de los centros debían renovarse periódicamente y que, para ello, los claustros deberían elegir en votación una terna de posibles candidatos, superada la sorpresa y el pasmo del principio, comenzaron los primeros movimientos y discretas reuniones.

Don Heliodoro logró convencer a doña Leo, la profesora de Dibujo de que era hora de que empezaran a respetarse estas materias que parecían relegadas al injusto papel de "las marías".  Y, para dar el campanazo, proponía que se votaran mutuamente para, al menos, lograr estar presentes en la terna.


-Usted me vota a mí y yo a usted, doña Leo.  Ya verá la sorpresa que se llevan.

Fue una votación tensa y nerviosa.  La falta de costumbre. Con recelos y miradas de reojo.

Y, al recuento de los votos emitidos, doña Leo se vio obligada a mostrar su desacuerdo:


-Perdonen, pero creo que ha habido algún error.  Que don Heliodoro aparece con dos votos y yo no tengo ninguno.

Pero, inexplicablemente, revisada la cuestión, no se encontró el error por sitio alguno.

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